¿Qué puedes esperar del futuro de la enseñanza en
una sociedad donde los políticos no dejan de meter la nariz en las aulas?.
-
-
¡Yiii Haaa!
El rebuzno resonó en el aula con tal estruendo que hizo
oscilar el fino cristal de la ventana hasta el punto de provocar un espasmo de
pánico a la paloma que, arrebujada entre las plumas, dormitaba en el alfeizar.
Don Eusebio vio al ave alejarse mientras evaluaba mentalmente la calidad del
sonido emitido. Sin lugar a dudas, el grito de sus alumnos había sido magnífico,
una muestra del poder sonoro de la unanimidad en aras de la concordia
prometida. Pese a ello, aquel pulcro maestro no se daba por satisfecho, pues su
fino oído de melómano había detectado la ausencia de una voz, por lo que
decidió repetir ensayo. Sus temores se acrecentaron al girar el rostro hacia el
aula y descubrir a Albertito aguardando en la primera fila con el brazo
levantado.
-
¡Profee... Sócrates se ha callado...!
-
Muy bien, Alberto – masculló Don Eusebio entre dientes,
reprimiendo la aversión que los chivatos le habían provocado desde siempre. - A
ver, otra vez...
-
¡¡Yiii Haaa!!
-
¡Esta vez te he pillado, Sócrates! – exclamó el
pedagogo al descubrir la pertinaz mudez del alumno díscolo.- ¿Puede saberse por
qué te niegas a unirte a tus compañeros?.
-
Es que no me gusta rebuznar. – respondió el pequeño
encogiéndose de hombros.
-
Eso no es excusa Sócrates. En esta vida a veces tenemos
que hacer cosas que no nos gustan. Sin ir más lejos, yo antes impartía
matemáticas y ahora, después de la última
contrarreforma educativa, he de amoldarme a la nueva política de normalización
lingüística. Pero es lo que toca. Debemos hacerlo por el bien de nuestro país y
de los mercados. Vamos a repetir, y esta vez quiero oírte.
-
Es que me siento ridículo - respondió el alumno con un tono de
desesperanza.
-
Pues entonces, suspenderás la Burrología –sentenció Don
Eusebio en un tono tan serio que terminó por provocar en el alumno un conato de
llanto nervioso que a cada momento
incrementaba su timbre.
-
¡¡Por el amor del cielo, Sócrates. Cállate!!. ¡Que nos
van a oír en el ministerio!.
Don Eusebio clavó su mirada en la
cámara del aula, integrada en la pantalla de alta definición ubicada en el
lugar privilegiado sobre la pizarra que antaño ocuparan retratos y crucifijos.
Mahoma, Cristo, Confucio, Shiva y Lucifer se alternaban ordenadamente en la
sucesión de imágenes animadas, provocando en Don Eusebio impulsos apremiantes
por santiguarse, especialmente cuando aparecía éste último asiendo su tridente
entre las llamas. Pero la normativa ministerial relativa al laicismo bastaba
para refrenar sus deseos, pues las sanciones se hallaban a la orden del
día. De pronto, la alarma del
dispositivo despertó de su letargo, zumbando en la pared como un nido de abejas
asesinas, escudriñando la labor docente a través de su roja pupila de
Terminator, luz que merced al nervioso
llanto de Sócrates y los murmullos del aula escandalizada, avivaba su fulgor
por momentos como un rescoldo del infierno. Finalmente, una reverberación en
los altavoces seguida por la voz de la inspectora gubernamental –que,
interrumpiendo el desfile de deidades mostraba su rostro en pantalla- terminó
por quebrar la fragilidad inmóvil del suceso.
-
Funcionario Nº 7740. Hemos detectado en su puesto de
trabajo anomalías ultrasónicas por encima del umbral reglamentario. Por favor, proceda a exponer el problema.
-
Nada importante, señora supervisora. –respondió Eusebio
tratando de mitigar los sudores fríos que en esos momentos le recorrían el
cuerpo. - Solo una pequeña dificultad en el cumplimiento de la orden
ministerial nº 255 por parte de un alumno. Cosas de críos, pero el ministerio
no debe preocuparse por este pequeño suceso anecdótico.
-
Eso lo decidiremos nosotros. – respondió la voz .
- Por favor, exponga al sujeto ante la
cámara para proceder a una evaluación de los hechos.
Don Eusebio tomó a Sócrates del
brazo y lo arrimó hacia la cámara hasta que la chata nariz del muchacho
magnificó su tamaño en el visualizador de la pantalla.
-
Vamos a ver, pequeño.-preguntó la inspectora. -
¿Cuántas son dos y dos?
-
Cuatro, señora.
-
Y si Don Eusebio te dice que dos y dos son tres, ¿qué
responderías?
-
Son cuatro.
-
¡La respuesta del alumno es inaceptable! – exclamó la
supervisora con vehemencia.- ¡Refleja la total y absoluta falta de autoridad
del funcionario Nº 7740 sobre los ciudadanos cuya educación tiene asignada!.
Los mercados rechazarán el producto y el individuo será un marginado social
más. Todo por su culpa, funcionario Nº 7740, por su falta de autoridad y
liderazgo. Su ineptitud profesional es
evidente y frente a ella, debemos tomar
medidas correctoras, por lo que será
sancionado con una rebaja salarial del quince por ciento. ¿Está de acuerdo?
-
Si señora, gracias.- Respondió Eusebio forzando una
sonrisa.- Sin duda, un ejemplo aleccionador a la par que magnánimo por la que
he de quedar eternamente agradecido. –Ahora los dientes también le rechinaban.
-Señora, siempre a sus pies...
-
Muy bien, estimado alumno, tu país y tu presidente te
informan que a partir de las doce de la noche del día de ayer, dos y dos han
dejado de ser cuatro para ser tres en el futuro. ¿Te ha quedado suficientemente
claro?
Sócrates cuenta con los dedos:
-
Uno, dos, tres y cuatro. Si la señora dice que ahora
son tres, eso significa que alguien se ha quedado con el último. ¿No es cierto, señora?.
-
Noo, querido. Es que los matemáticos griegos
desconocían el término “impuesto”. El arte de la suma implica una operación
matemática y como en cualquier otra operación, ha de devengarse el impuesto
correspondiente, principalmente IVA o el IRPF
Mejor es que ello se aprenda desde el colegio, para evitar desengaños en
los salarios futuros, así como corruptelas debidas a economía sumergida.
-
¿Eso significa que dos y dos son cuatro pero ustedes se
llevan uno? – preguntó Sócrates con su tono más ingenuo.
-
No lo pienses tanto, cariño – respondió la
funcionaria.- Pensar a tu edad no es nada bueno. Mejor ocúpate de ser feliz y
déjanos a nosotros el asunto de los números. Contabilidad creativa al nivel de
un imberbe. ¡Hasta ahí podíamos llegar!. Funcionario Nº 7740, detectamos en el
alumno un evidente desequilibrio químico que ha de corregirse de modo
inmediato. Por tanto, proceda con la medicación. Le recuerdo que como
responsable directo de la situación, el coste médico le será descontado de su próxima nómina.
El rostro de la inspectora se desvaneció en la
pantalla dando nuevamente paso a las deidades animadas en la presidencia del
aula. Don Eusebio suspiró aliviado. La
intervención ministerial le había costado un pico de su malogrado sueldo, pero
podría haber sido peor. El cajón de la medicina se encontraba siempre cerrado y
el maestro custodiaba la llave pendiendo
de una cadena junto a su pecho. Eusebio abrió la caja y extrajo dos cápsulas,
ofreciendo al alumno una dosis no sin antes efectuar una ingesta. Había que dar
ejemplo.
-
Bueno, Sócrates. Ya has oído a la señora. Tómate éste
caramelo.
-
No me gustan esos caramelos.- Gimoteó Sócrates. -Saben
a medicina y después de tomarlos no me acuerdo del camino hacia casa
-
Bueno, si estuvieras abonado al servicio de transporte
escolar, no tendrías el problema. Mira como yo los tomo y no pasa nada –
exclamó resueltamente el pedagogo ignorando a lucifer y Belcebú, riendo juntos
en la pantalla de plasma mientras contemplaban su ingesta y el mundo se
convertía en un tiovivo que giraba en un remolino a ritmo de citara, más y más
deprisa, hasta desempolvar colores olvidados, desconocidos por el hombre.
-
Profee.. yo también quiero caramelo. – exclamó
Albertito abandonando su pupitre y acercándose
a la mesa del maestro.
-
¿Ves?. A Alberto le gustan. Y yo también me voy a tomar
otro.
-
Mmmm están muy ricos, ¿Verdad, Alberto?
-
Si, profe. ¿Puedo tomar otro?
-
Está bien.
-
¿Y por qué teneis los ojos tan grandes?
-
¡Para mirarte mejooor!
-
Está bién – respondió Sócrates. Tomó un par de
caramelos y los engulló entre suspiros. Al fin y al cabo, no podría evitar
soñar con aquellos dos individuos observándole desde el pié de la cama con ojos
enrojecidos, como si esperaran a que el sueño le venciera para devorarlo.
Afortunadamente, los caramelos proporcionaban un dormitar tranquilo sin
pesadillas.
Finalmente, la vieja y querida sirena resonó en los pasillos
del centro provocando en Don Eusebio una sonrisa de triunfo. A partir de ese
instante, sus alumnos eran problema de otro, por lo que volvió sus ojos, llenos
de pupila, hacia el aula expectante.
- Bueno. Asunto
resuelto – resolvió Don Eusebio.- Ahora guardad los Ipads y formar la fila
rapidito, porque llegáis tarde a la clase de balido.