-
Si, amigo mio. Soy yo. Aunque no puedo decirte
durante cuanto tiempo. La mordedura del Khan-Shitan transforma mi cuerpo. Pronto seré como el guardián de la torre.
El semblante de Klarag se había
vuelto pálido. Su amigo Snogall tenía rasgada media cara y tras la piel asomaba
un ojo de águila rodeado de escamas plumosas. Tras ellos, tambores Mamrios,
ocultos en la jungla, resonaban en la noche de Ronga, iluminada por sus cuatro
lunas como el latir de un corazón
gigantesco. Pronto los dos soles de Tau-Ceti emergerían uno tras otro del
horizonte despertando a los árboles pensantes. Si no alcanzaban el páramo,
estaban perdidos.
La expedición
había sido un desastre desde el principio. La nave se había estrellado al tomar
tierra, cuando el suelo fundido desapareció bajo sus pies. Una maldita burbuja,
pensó Klarag. Hubieran debido aterrizar en la jungla y no sobre el glaciar. Los retrocohetes derritieron el
hielo y bajo la capa de nieve solamente
quedó el vacío de una cueva interminable. Una sima que los engulló a todos.
Ronga siempre había mostrado un
elevado vulcanismo. Mientras el frió del espacio mantenía helada la superficie
del planeta, en su interior se generaba un sistema hídrico subglacial de
caudalosos ríos fluyendo bajo el permafrost. Inmensas cúpulas y cuevas
esculpidas en el hielo por el constante fluir de la lava habían forjado bajo la
corteza helada, un mundo hueco, al que sustentaba un bosque de gruesas
columnas de hielo azul. Su lejanía a los soles lo
había catalogado durante muchos años como planeta rocoso helado, lejos de la
zona habitable del sistema solar. Pero la órbita era muy elíptica y en
ocasiones, cuando los soles se alineaban, el planeta se acercaba tanto a
Tau-Ceti que los glaciares se derretían formando inmensos lagos en la
superficie. Los nativos Mamrios conocían esos lagos superiores como el mar
volador, donde según las leyendas habitaba una estirpe de navegantes. Durante
la época de deshielo, el agua del mar volador caía a las profundidades del
planeta en interminables cascadas. El magma evaporaba el agua y el vapor era
expulsado a través de gigantescas fumarolas. Bajo el manto de neblina, la luz
de los soles se descomponía en arco iris. Un mundo realmente hermoso. Pero
letal para los humanos.
Los Mamrios, servidores de la
criatura conocida como Khan-Shitan, habitaban en las cuevas subterráneas del
planeta. Eran un pueblo primitivo. Atraídos por el estruendo de la colisión,
les rescataron y cuidaron. Parecían amistosos, pero finalmente solo buscaban
nuevas víctimas para alimentar al Khan. La tripulación pereció devorada. Solo
Klarag consiguió escabullirse, escapando a través de las grietas azules del
glaciar y siguiendo el curso torrencial del agua deshelada, que formaba un
laberinto de cuevas bajo la costra de hielo. Ahora se alegraba de ver
nuevamente a su amigo Snogall, aunque fuera bajo aquella apariencia siniestra.
Klarag miró a su amigo. Le
pareció que todo su cuerpo crecía por momentos. Los párpados se habían caído
dejando al descubierto dos grandes ojos verdes llameantes. Snogall parecía
sumido en una enorme lucha interna a consecuencia de la personalidad del
extraño ser que lo consumía, que comenzaba a dominarlo poco a poco. Klarag
decidió hablarle:
-
Snogall. Amigo. Tenemos que salir de aquí.
Snogall miró hacia el horizonte.
El primer sol comenzaba a despuntar por encima de las paredes del gran cenote
de varios kilómetros de diámetro con paredes de hielo donde se encontraban. El
suelo tembló levemente. La luz del día
en Ronga despertaba a los árboles pensantes, reunidos alrededor de un lago de
cuyo centro brotaba una columna de vapor. Pronto el aire se ionizaría y
comenzarían las auroras de los árboles, con su sueño lumínico alimentado por la
luz de los dos soles. Los poderosos pensa-vientos atravesarían los valles e
impactarían contra ellos privándolos de la razón y sumergiéndolos en un mundo
alucinatorio en donde lo real y lo imaginario resultaban ser la misma cosa.
Todo vestigio de raciocino humano era borrado. La razón se perdía y los
infortunados seres que osaban adentrarse en el dominio de los árboles viajaban sin rumbo por los bosques hasta
resultar devorados por las criaturas salvajes que allí habitaban. Solo en el
caso de alcanzar la noche, podrían despertar del sueño de los árboles, quizás
con la razón perdida para siempre. Debían de huir al páramo, en donde sin duda
los Mamrios les andarían buscando.
-
De acuerdo, Klarag. Haré lo posible para ayudarte.
Los Mamrios no tardaron en
aparecer. Surgieron de los restos de un antiguo volcán extinguido por una gigantesca
estalactita de hielo que, como un colmillo volador, había caído del cielo
clavándose en la entraña de la caldera. Era su lugar más sagrado, la torre del
hielo, el templo del Khan. Snogall alzó la vista y la horda se detuvo. Los ojos
del humano brillaban ahora como los de su amo el Khan. La mordedura de la
criatura era mortal para los Mamrios. Tan solo los humanos sufrían las
transformaciones. Por ello todos agacharon la cabeza apartando la mirada de
aquellos ojos llameantes.
Ambos echaron a andar cruzando a
través de la multitud. Los Mamrios temían a Snogall y se apartaban ante su
avance, mientras éste apretaba el paso
abriéndose paso, pero Klarag tenía
dificultades en seguirle. Los nativos levantaban las manos sobre sus cabeza,
propinándole continuos palmetazos en la nuca. A medida que avanzaban, el
ascenso hacia la ciudad sobre la que se alzaba la gran torre de hielo resultaba
más pronunciado. Klarag sintió que le abandonaban las fuerzas. De pronto, su
amigo gruñó con voz ronca.
-
¡Rápido! ¡Me voy....! ¡Agárrate a mi cuello!
Klarag obedeció sin pensárselo dos veces. El cuello de
Snogall había comenzado a ensancharse, llenándose de nuevos músculos. Su cuerpo
tomó el aspecto de un enorme león mientras la mandíbula se afilaba y expandía,
llenándose de dientes. El dolor de la transformación le hizo gritar. Su
garganta emitió un potente rugido que hizo huir a la multitud gritando:
-
“!Ayeeeeeeh, Kzz Tzitann!!
-
¡Khan Shitan! –pensó Klarag al tiempo que Snogall se
abalanzaba en una veloz carrera persiguiendo a la aterrorizada multitud,
huyendo en estampida hacia la boca de la gruta.
Pero la huida de los nativos conducía hacia una trampa. A
la entrada de la cueva aguardaba un grupo de guerreros Mamrios fuertemente
armados, apostados en el techo y paredes de la cueva colgando como murciélagos
de sus extremidades inferiores. Una lluvia de lanzas y flechas partió hacia los
fugitivos en todas direcciones, impactando algunas en el lomo de la criatura
que era ahora Snogall. Bajo el cerco de los guerreros, buscaron refugio en la
zona más oscura, oculta a todas las miradas por una neblina. Allí se quebró la espalda de Snogall y brotaron dos inmensas alas. Los ecos de su
poderoso rugido reverberaron en las paredes de la cueva estremeciendo a los
Mamrios el tiempo suficiente como para poder escapar en un rápido vuelo de
aquella trampa de hielo.
En el exterior de la cueva,
impulsados por el amanecer del primer sol, los árboles pensantes habían
despertado y un torbellino de pensa-vientos multicolor se adueñaba del páramo.
Al fondo, la cascada celestial caía desde el mar volador hasta el lago.
Siguiendo su curso, ascenderían hasta el mundo superior y buscarían la ayuda de
los navegantes, pero Snogall estaba herido. Perdía fuerzas mientras el remolino
de pensa-vientos se acercaba....
Las cinco de la mañana. El
despertador entona su monótona melodía. Es hora de levantarse. La ducha está
fría. El mono de trabajo aún no está seco y el desayuno apenas se desliza a
través del gaznate. El autobús se retrasa y el jefe me recibe con una mirada de
desprecio. Los animales esperan en sus jaulas.. Cuando llego a la jaula del
león, el gran macho se me acerca, hasta quedar tras los barrotes a un palmo de
mi rostro. Ambos nos miramos a los ojos. “- Hola, amigo. Sé que eres tú. No
te he olvidado. Esta noche ambos
conseguiremos escapar de ésta pesadilla.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario