Aún con el puño en alto, Tomás sintió cómo la lluvia que caía del cielo se estrellaba contra su rostro. Tras él, un grupo de vendimiadores cantaba “la internacional”. La luna se había ocultado, cubierta por el manto de espesas nubes, haciéndole regresar de aquel extraño viaje. Recordó por un instante a aquellos seres primitivos del poblado de los lobos y sintió lástima por ellos. Quizás hubieran albergado alguna esperanza de sobrevivir si, al igual que las otras tribus, hubieran huido a las montañas más altas, pero el mesianismo de su jefe les había perdido.
El agotamiento del viaje experimentado le hizo caer de rodillas. Cesar le cubrió con una manta y le preguntó si se encontraba bien tras examinarle. El efecto de las hierbas del viejo indio aún no le había abandonado por completo. El delegado sindical se acercó al muchacho y le estrechó la mano efusivamente. Afortunadamente, los vendimiadores parecían haberle perdonado esa extravagancia suya de andar por ahí desnudo como su madre le trajo al mundo. Tomás no pudo reprimir una risa nerviosa al contemplar la nariz del sindicalista roja como un semáforo, que fue secundada con una carcajada por los que le acompañaban, deseosos de liberar la tensión acumulada.
La noche resultaba desapacible con la lluvia, por lo que tras algunas explicaciones de Cesar sobre el sonambulismo del muchacho interrumpidas por algún que otro discurso del sindicalista sobre el estrés que provoca el trabajo en condiciones penosas, la multitud se fue disolviendo, quedando al final, guarecidos por mantas junto al fuego agonizante, únicamente Tomás, el delegado sindical y los tres muchachos sudamericanos. Estos tampoco se sentían muy cómodos, debido a la lluvia y a los incesantes discursos del sindicalista, al que la lluvia no conseguía extinguir el fuego etílico que ardía en su interior y que manifestaba con interminables discursos. Pero tenían curiosidad por conocer algún detalle del encuentro entre Tomás y el ser que lo dominaba, si es que tal encuentro se había producido.
- ¡Cuentanos, Tomás!. ¿Qué has visto? – exclamó Salvador impaciente.
Tomás relató su extraño viaje, con el mayor detalle que pudo recordar. Los muchachos escuchaban con asombro el relato mientras que Cesar parecía no escucharlo, sumido en pensamientos ausentes. Cuando éste hubo terminado, el sindicalista hizo su propia reflexión sobre el sueño de Tomás.
- Esa historia yo la conozco. Es la historia de Noé. El primer explotador de la humanidad. ¿O es que alguien piensa todavía que Noé construyó el arca solito, con sus propias manos, madera tras madera y en los fines de semana se dedicaba a cazar elefantes, hipopótamos, culebras, leones, tigres y todo tipo de bichos. ¡Pues lo llevaba claro entonces!. Nooo. Se buscó a un montón de sin papeles y les hizo trabajar como perros en sus astilleros hasta que la dichosa arca estuvo lista. Y cuando se puso a llover, en lugar de solidarizarse con los pobres desgraciados que allí quedaban va y se asoma a la quilla del barco y les dice “Os jodeis porque sois pecadores. Ahí os quedais porque es la voluntad del todopoderoso, que le teneis muy cabreado”. Y vá el tio y se larga con todas las mujeres que están buenas. Porque eso de ser el padre de la humanidad agota mucho psicológicamente....
Salvador y Antonio rieron desenfadadamente ante los comentarios del sindicalista. Y mientras éste continuaba infatigable su discurso contra la opresión humana, Cesar se arrimó a donde estaba el muchacho y le habló nuevamente.
- Al menos, ya sabes que el espíritu que te domina pertenece a un hombre. No hay ningún monstruo en ti. Debes aprender a contactar con él para controlar tus acciones. A compartir ese cuerpo en el que convivís.
- ¿Pero no hay un modo de expulsar al espíritu?. – preguntó Tomás.- ¿Quizás un exorcismo o algo parecido?
- Puede ser –respondió Cesar dubitativo. Lo mejor para contactar con tu otro yo son los espejos, pero trataré de enseñarte una vieja técnica de control con la que podrás dominar la voluntad del espíritu al que albergas. No obstante, recuerda siempre que no es un demonio quien te posee, sino un hombre. A juzgar por tu narración, ha reaparecido en ti con algún propósito. Debes descubrir la meta que mueve al espíritu hasta este tiempo. Bien. ¿Estás listo?
- Creo que sí – balbuceó Tomás.- ¿Qué tengo que hacer?
- Debes concentrarte en tu abdomen. En la parte donde tienes el ombligo. El ombligo te unió en su día con tu madre. Es un cordón mágico que puede conectarte con el cosmos. Controla tu ombligo y a través de él controlarás la voluntad de tu espíritu.
Tomás cerró los ojos y trató de concentrarse en la zona donde el viejo indio le indicó, pero no conseguía establecer contacto alguno.
- ¡No puedo hacerlo! – gritó.
- ¡Concentrate! – ordenó Cesar. Debes concentrarte en el ombligo.
Tomás apretó los dientes y trató de concentrar su fuerza en la zona del ombligo. Comenzaba a perder toda esperanza sobre la técnica de Cesar, cuando comenzó a notar un tibio calor en la zona. Después del calor sintió una hinchazón acompañada de una sensación de alegría. El espíritu iba a manifestarse.
- ¡Ya lo noto! – gritó Tomás. - ¡Se manifiesta!. ¡Ya lo noto!.
Instantes después, un sonoro pedo atronó largamente rompiendo el silencio de la noche.
- Nosotros también lo notamos, dijo Salvador tapándose la nariz.
- ¡Desde luego, el mal espíritu se ha manifestado! – dijo Cesar riendo por primera vez en la noche.
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